Ciencia a carcajadas


En la última semana he descubierto la diferencia entre un alimento crujiente y otro crocante; la razón por la que los astrofísicos saben de qué están hechas las estrellas con sólo observar su luz; por qué unos óxidos de hierro reaccionan al calor de una manera explosiva y por qué otros apenas se inmutan. He sabido que para cultivar un kilo de fresas hacen falta 100 litros de agua y para un kilo de carne, 4.500. He aprendido a cruzar plantas de garbanzo y a distinguir el olor del aroma. Y todo sin abrir un sólo libro. De hecho, algunos de los conceptos aprendidos en estos días los he asimilado tomando un copa de vino portugués en un céntrico bar de Córdoba.

El milagro ha sido posible gracias a nueva edición de la Semana de la Ciencia de la Universidad de Córdoba y del Campus de Excelencia en Agroalimentación ceiA3, en la que hemos vuelto a buscar nuevos formatos para comunicar ciencia. Fórmulas de éxito a juzgar por los comentarios de quienes han compartido este tiempo con nosotros.

Durante dos semanas -es lo que tiene la Semana de la Ciencia, que dura 15 días- hemos visitado una veintena de colegios e institutos con el programa "Ingenios en ruta", en el que investigadores caracterizados como personajes algo teatrales ofrecían lecciones de ciencia a los escolares de una manera divertida, dejándoles experimentar en directo. Un triunfo que me ha hecho mirar con cierta nostalgia hacia atrás y acordarme de toda la santa familia de mi profesor de Física y Química en 2º de BUP. El señor Arroyo, un viejo alcohólico que nos lanzaba borradores desde la pizarra para reclamar nuestra atención sobre la formulación química o las grandes leyes físicas. Un tipo que provocó mi divorcio con las ciencias experimentales durante décadas. Viendo a los participantes en "Ingenios en ruta" he confirmado mis sospechas: la ciencia era algo divertido; el aburrimiento y el horror estaban en mi profesor, no en ella.

Pero la Semana de la Ciencia ha tenido una nueva versión "gamberra". El año pasado fueron los "sorbitos de ciencia" y en esta ocasión dos espectáculo cómico-divulgativos que han devuelto la ciencia a los bares de Córdoba. El primero evidenciaba su intención desde el título con el que convocaba a la asistencia: "La Ciencia de los Cócteles", un producto de Explora Proyectos que Óscar Menéndez y Juan Scaltier explotaron para divertir a la concurrencia. El segundo fue el broche perfecto a la Semana: la presentación de Interplanetary Journal  of Scientific Pegoletes, una disparatada revista diseñada por un catedrático de Edafología, Vidal Barrón, y un profesor de Química, Manuel Mora, que pretende servir de germen a los "Pego-Nobel", la gran promesa de la Semana de la Ciencia 2014. Veremos...

Matrimonio periodístico



Desde que empezó lo que quiera que sea esto que nos ha tocado vivir -crisis, fin de ciclo, revolución...ya le pondrán nombre los historiadores y nuestros nietos lo aclararán. Desde qué empezó todo esto, digo, ha ido generándose un curioso fenómeno en la profesión periodística. Al principio era casi imperceptible, pero de un año a esta parte las evidencias son tantas que he creído oportuno plantear aquí el debate en un intento de encontrar argumentos a favor y en contra y poder organizar mi propia teoría. Me explico.
Para quienes abandonamos el ejercicio del periodismo de medios y nos pasamos al otro lado de la trinchera, la relación con la profesión se debate a menudo entre el sentimiento de culpabilidad propio de quienes somos etiquetados como traidores y vendidos y la certeza de realizar un trabajo honesto y coherente: hablo bien de quien me paga y no me oculto bajo una pretendida objetividad, en realidad corrompida por anunciantes y favores políticos. Pero es sólo cuando olvidamos uno y otro papel, cuando no nos sentimos ni traidores ni salvapatrias por encima del bien y del mal, cuando asumimos el papel de facilitadores de información. Nos ocupamos de documentar a nuestros compañeros y agilizar la transmisión de información, en un ejercicio de transparencia especialmente necesario y obligado para quienes trabajamos en instituciones públicas. Aceptamos entonces que nuestra misión es facilitar información y la de los periodistas de medios, buscarla, analizarla y, por supuesto, criticarla.
Esa actitud ha presidido durante años la relación entre gabinetes y redacciones, aunque con matices que han puesto en peligro su propia esencia. No fue extraño en tiempo de bonanza vernos envueltos en una especie de romance bendecido por campañas publicitarias: gabinetes y medios juntitos de la mano en un idilio permanente en el que todo son amables palabras, aún cuando un compañero deba mostrar su independencia dándote una guantada sin manos, nunca demasiado dura para evitar el divorcio.
Pues bien, esa romántica etapa parece haber concluido, aunque dibujando un final si no poco esperado, sí al menos poco esperanzador. Y vuelvo a explicarme.
Cabría pensar que una vez desparecido el maná de las campañas publicitarias los medios recuperarían su independencia y volverían al ejercicio propio de quien debe ejercer como contrapoder en democracia. Pues no. Los finales felices son cosa de la gran pantalla y el periodismo en este país aún se ejerce desde el pequeño formato.
El final de la película ha dibujado la siguiente escena: redacciones medio vacías tras interminables procesos de regulación de empleo, redactores temerosos de perder su puesto desengañados de una profesión prostituida y consumidores acostumbrados al buffet libre incapaces de plantearse la posibilidad de pagar por una información de calidad.
Triste final en el que la pretendida libertad informativa que ha propiciado el curioso fenómeno del que hablaba al principio. Las redacciones son hoy más dependientes que nunca de los gabinete y oficinas de comunicación. Con las plantillas reducidas a su mínima expresión, los medios exigen -no piden, proponen o sugieren- que empresas e instituciones realicen buena parte de la producción informativa para sus empresas. Bajo la permanente amenazada de ser tachados de vagos, traidores y vendidos, quienes se erigen en salvapatrias que deben informar a los ciudadanos nos reclaman a quienes estamos a este lado de la trinchera que llenemos de contenidos sus medios en el tiempo y forma que mejor se adapte a sus necesidades. Hace tiempo que los gabinetes nos hemos convertido en redacciones paralelas: hacemos fotos, enviamos notas y producimos temas al ritmo que los medios nos exigen. Buena parte de las veces aceptamos la tarea preocupados por los compañeros que han logrado sobrevivir en sus puestos asumiendo el trabajo que antes hacían entre el doble si no el triple de redactores, pero ¿es responsable hacerlo? ¿No contribuimos a perpetuar un modelo que olvida el valor del trabajo hecho con tiempo y bien documentado, que ningunea la figura del periodista de investigación?
Porque, no se engañen, como en todas las crisis de pareja la víctima es el más débil y en este caso la criatura maltratada es el derecho a la información, el único capaz de configurar una ciudadanía crítica y responsable, que contribuye con algo más que exigencias a la existencia de una prensa libre e independiente.
Demasiado peligroso.

Periodismo de fiesta

24 de enero. De nuevo la profesión con más agnósticos y descreídos por metro cuadrado celebra el día de su patrón: San Francisco de Sales. A mí, la verdad, este año me ha dado por quedarme en casa. Sinceramente no creo que el periodismo esté para fiestas.
La profesión periodística agoniza entre EREs, cierre de medios y muy pocas ideas. Salvando honrosas excepciones que es posible encontrar en la red, los grandes medios de comunicación y muy especialmente la prensa local -tan necesaria por cercana- no parecen haberse enterado de que el mundo se mueve bajo sus pies. No hablo de las redacciones. En ésas bastante tienen con llegar a final de mes y trabajar entre tanta precariedad. Hablo de los despachos, de los gestores de medios.
¿Hay un sector menos innovador que el periodístico? Yo, honestamente, lo dudo. La única novedad que he logrado ver en la prensa escrita - la más amenazada por la caída del mercado publicitario- es que en lugar de la vajilla ahora te regalan ebooks y tablets para regocijo de los quiosqueros con vocación de mercaderes de bazar. En la radio los cambios parecen limitarse a fichar estrellas y reinonas de programas a golpe de talonario. Y de la tele, si me lo permiten, no hablo, que me salen ronchas.
Con este panorama, con redactores que sueñan con ser mileuristas, con una opinión pública que ha decidido elevar a lo altares a eso que llaman periodismo ciudadano como si tal cosa existiera dando crédito a indocumentados y charlatanes... Con todo esto, hoy, 24 de enero, me quedo en casa.