Culpables

Que la publicidad tiene que apelar a las emociones para clavar sus mensajes en el imaginario colectivo es algo que se enseña en las Facultades de Comunicación nada más entrar por la puerta. Que el uso de esas emociones debe encajar en una deontología profesional en la que no todo vale es una optativa de final de curso por la que deben pasar sólo unos pocos despistados. El resto está en el bar repasando cómo utilizar la provocación y del estereotipo para triunfar en los eternos intermedios televisivos.

Compartí pasillos con estudiantes de Publicidad allá por los noventa. Eran la gente cool y moderna de la Facultad, mientras las aulas de Periodismo andaban atestadas de activistas y soñadores. El mundo iba a ser para ellos y la cola del paro para nosotros. Por eso les importaba un carajo que los juzgáramos como frívolos desde nuestra pretendida superioridad moral tiznada de sobredosis intelectualoide. Así que mientras nosotros tratábamos de desenmarañar las causas históricas y políticas de los conflictos yugoslavos, nuestros compañeros andaban estudiando la vigencia de los mitos para construir sus relatos. A final de curso, nosotros seguíamos sin entender qué ocurría en el corazón de Europa y ellos se quedaban en el topicazo para montar su historia. Que hay que vender colonia, un buen pivón con mirada penetrante; detergentes, madres encantadas con que sus criaturas guarreen con la comida; coches, señores que conducen a punto del orgasmo por el puro placer de sentir la carretera. Y así todo. Bueno, casi todo.

Las campañas institucionales son la excepción que confirma la regla de intrascendencia que parece dirigir el trabajo publicitario. Cuando se trata de mover conciencias cambian las tornas y son los modernos de la Facultad los que asumen el trabajo intelectual y comprometido. Y lo defienden en la tribuna pública henchidos de orgullo.

Estas semanas coinciden dos campañas institucionales de loables objetivos. La primera, contra la violencia de género, intenta sacudir al entorno de las víctimas; la segunda pone el acento en el consumo de alcohol por parte de los menores. Aluden a la responsabilidad de familiares y amigos, la primera, y de los padres, la segunda. Una y otra pretenden hablar de responsabilidad pero olvidan que la esencia misma de la publicidad los obliga a apelar a las emociones y, por tanto, a reducir el problema. Ambas quieren hablar de responsabilidad pero es demasiado compleja para la publicidad. Por eso apelan a la culpa, que es la que se mueve exclusivamente en el ámbito de las emociones y no de los hechos. Nada nuevo en el horizonte.

Los autores de ambas campañas podrán sentirse orgullosos de haber utilizado las herramientas y teorías de la comunicación publicitaria de manera magistral: emocionan, identifican al destinatario, lo implican… Matrícula de honor con una pega. Si querían dirigirse a los responsables de una y otra lacra deberían haber apuntado directamente a los culpables: los hombres que matan a sus parejas, no sus vecinos, y los hombres que violan a mujeres, ni ellas ni sus padres ni sus madres.

Extraterrestres en la Filmoteca de Andalucía

Siglos sin pasar por este blog y hoy entro para deciros que os vengáis hoy viernes 17 de noviembre a la Filmoteca de Andalucía a las 21:00 horas a hablar de misiones espaciales con Olga Muñoz, del Instituto de Astrofísica de Andalucía