La ciudad perdida


Una ciudad puede ser la ciudad del amor y llamarse París.
Una ciudad puede ser declaradamente nocturna y ser  la ciudad que nunca duerme y llamarse Nueva York.

Una ciudad puede no querer encasillarse y ser la ciudad de las mil caras y llamarse Londres.
Una ciudad puede ser declaradamente sostenible y ser la capital verde europea y llamarse Vitoria.

Lo que no puede una ciudad es jugar a ser lo que no es o pasarse medio siglo tratando de definirse y pasar de ser la ciudad de la convivencia y el diálogo a ser la ciudad de la cultura marketiniana y de ahí a la capital de los bares y lo veladores.
No lo digo yo, lo dice cualquier experto en identidad corporativa -si uno necesita argumentos económicos-  y los intelectuales de medio mundo empeñados en seguir identificando a Córdoba con lo que fue: una ciudad de encuentro - si es que se necesitan argumentos algo más profundos que los primeros-.

La Córdoba de hoy, sin embargo, se encuentra en plena esquizofrenia. Tan pronto se levanta una mañana como la capital más beata y cofrade dejando a Sevilla en pañales, que se acuesta como la ciudad donde se venera la espiritualidad japonesa, dejando la tarde para la afición taurina, eso sí.

Y con ese desnortamiento hemos vuelto a llegar al verano y los informativos e interminables programas metereológicos empiezan a  colocar a la ciudad en el top ten de la tostanera. Ayer mismo le colocaron el único título que parece perdurar en el tiempo: Córdoba, capital europea del calor.

Algo es algo.

1 comentario:

  1. Toda la razón, Elena.
    Una etiqueta, si no está bien puesta, es incómoda, pero cuatro etiquetas...

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